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Lenguaje

Un sistema de comunicación

actualizado: 7 de junio de 2025

Estatua de un libro y una pluma en Bucha (Ucrania)

Lenguaje y Comunicación Efectiva

El lenguaje es la base de la comunicación humana, pero sus matices y complejidades a menudo provocan malentendidos. Aunque hablemos el mismo idioma, los malentendidos son inevitables y pueden causar problemas si no se aclaran.

Pensemos en un estudiante español que le dice a su compañera estadounidense: “¿Quieres coger mi lápiz?” En España, la palabra coger simplemente significa tomar o agarrar algo. Sin embargo, en los Estados Unidos —especialmente entre latinoamericanos— coger suele tener una connotación sexual explícita.

Este tipo de confusión intercultural puede generar vergüenza o incluso conflictos, aun cuando ambos hablen español. Si la estudiante interpreta el comentario como una insinuación sexual, podría sentirse ofendida o incluso considerarlo acoso. O, por el contrario, podría simplemente preguntar a qué se refería.

Malentendidos como este pueden evitarse si se prioriza un lenguaje que comunique el mensaje de forma clara y efectiva, según el público al que va dirigido. Ni coger ni tomar son incorrectos por sí solos; cada uno es el término más preciso dentro de su contexto geográfico. En España, coger es la palabra adecuada, mientras que en muchos países de América Latina, tomar es más neutral y menos propenso a malentendidos.

Usar un lenguaje preciso y adecuado es esencial para cumplir el propósito principal del lenguaje: compartir información de manera efectiva. Sin un compromiso con la claridad y la exactitud, el lenguaje se vuelve confuso y pierde su utilidad. Aunque el uso de términos vagamente relacionados puede evocar una idea general, sustituir los términos precisos por otros ambiguos solo genera confusión.

Las consecuencias de la ambigüedad lingüística no siempre son triviales. Por ejemplo, durante la Guerra de Corea, el oficial británico Tom Brodie comunicó por radio a su superior estadounidense, el general Robert H. Soule, que la situación estaba “un poco difícil”. En inglés británico, esta es una forma moderada de decir que la situación era crítica. Pero Soule, al no entender la expresión, asumió que todo estaba bajo control y retrasó el envío de refuerzos, lo que terminó con la captura del destacamento británico.

La lengua no es solo una herramienta, sino un sistema compartido de comunicación basado en definiciones mutuamente aceptadas. Funciona únicamente cuando tanto quien habla como quien escucha —o quien escribe como quien lee— operan dentro de un marco común. El lenguaje, entonces, es un contrato social. Las palabras adquieren significado gracias al acuerdo colectivo sobre a qué se refieren exactamente. Cuando ese acuerdo se rompe —por dialecto, jerga, modismos o uso intencionalmente erróneo— la confusión es inevitable.

Los malentendidos por diferencias dialectales son naturales y generalmente inocentes, pero eso no justifica deformar intencionalmente las normas del lenguaje. Usar coger en el contexto equivocado puede parecer ingenioso o provocador, pero en realidad solo complica la comunicación.

Al final, el propósito del lenguaje no es ocultar el significado, sino revelarlo. Por eso, la claridad es esencial para una comunicación significativa. Es fundamental evitar distorsionar definiciones para ser entendido con claridad y, en última instancia, lograr la paz.

Aborto: Una Perspectiva Lingüística

El debate contemporáneo sobre el aborto ilustra claramente las consecuencias de la ambigüedad lingüística y el mal uso del lenguaje. Tanto quienes apoyan como quienes se oponen al aborto legal suelen recurrir a frases y eslóganes que simplifican demasiado el tema, dificultando un diálogo profundo y generando aún más división.

Por un lado, quienes defienden el aborto legal usan expresiones como “mi cuerpo, mis derechos”. Aunque es un eslogan poderoso, deja de lado una cuestión central: ¿cuándo adquiere el feto su propio cuerpo y derecho a la vida? En lugar de abordar debates éticos complejos sobre los derechos del embrión o del feto, los defensores se concentran en el pronombre posesivo “mi” y muchas veces no responden directamente a los argumentos contrarios.

Por otro lado, quienes se oponen al aborto suelen usar un lenguaje cargado de emoción, calificándolo como “el asesinato de niños no nacidos”, sin considerar del todo las implicaciones lingüísticas. Por ejemplo, el término “niño” generalmente se refiere a una persona desde su nacimiento, mientras que “no nacido” indica algo que aún no ha llegado a la vida, lo que debilita el argumento de que el feto ya está vivo.

Ambos bandos distorsionan el lenguaje de tal manera que dificultan un debate significativo. Lo más constructivo sería comprometerse con un proceso difícil pero necesario de análisis detallado, examinando con cuidado las definiciones de los términos que se emplean.

Comprender la complejidad lingüística del debate sobre el aborto evidencia el valor de la precisión. Aunque el lenguaje impreciso no altera la realidad, el uso incorrecto o inadecuado de palabras fomenta la discordia social y bloquea la comprensión mutua. Sin entendimiento, la paz se quiebra fácilmente y el conflicto se normaliza.

Fomentar un diálogo productivo y una comprensión compartida es uno de los objetivos fundamentales de la comunicación, y para ello es imprescindible usar el lenguaje con precisión. Si respetamos las definiciones establecidas y reconocemos la autoridad de los diccionarios, el lenguaje puede funcionar como un punto de referencia común, facilitando la comunicación y promoviendo la paz. Al mismo tiempo, es importante aceptar que el lenguaje evoluciona constantemente, y esa evolución trae consigo nuevos desafíos.

Lenguaje Dinámico

Aunque los diccionarios deben seguir siendo la autoridad firme dentro de una lengua, los idiomas están en constante cambio para adaptarse a los tiempos modernos. Por ejemplo, algunas definiciones han evolucionado, como la palabra “llamar”, que ha pasado de referirse a una acción física a una acción tecnológica mediante el uso del teléfono.

 

La evolución lingüística espontánea es evidente en la creciente visibilidad de las cuestiones transgénero. Por ejemplo, el término cisgénero—introducido en la década de 1990—surgió de manera natural para describir a las personas cuya identidad de género coincide con el sexo que se les asignó al nacer. Este tipo de adiciones muestra cómo el lenguaje puede evolucionar orgánicamente en respuesta a los cambios sociales, a menudo sin generar controversia ni requerir imposiciones.

Por el contrario, los intentos dirigidos desde arriba para reformar el lenguaje—especialmente en lo relacionado con el género—han generado mucha más controversia. En los últimos años, algunos activistas han impulsado la adopción de pronombres inventados como ell@s o ellxs para reconocer a las identidades no binarias. Aunque estas propuestas parten de un deseo legítimo de inclusión, a menudo pasan por alto el proceso orgánico mediante el cual el lenguaje suele evolucionar.

 

Para muchas personas, estas innovaciones resultan abruptas o confusas—particularmente cuando se introducen en contextos educativos, donde los estudiantes aún están aprendiendo las bases de la gramática. La resistencia, en muchos casos, no proviene del rechazo a la inclusión, sino de la incomodidad o la falta de familiaridad con términos nuevos. Más que el cambio en sí, lo que suele generar oposición es la percepción de que se impone, en lugar de surgir de manera natural.

Como muestran los debates cargados de odio sobre el aborto y los derechos trans, politizar el lenguaje lleva más a la división que a la claridad. Los intentos de redefinir términos—como “mi” o “no nacido”—ponen en riesgo la integridad misma de la comunicación. Cuando el lenguaje se convierte en un campo de batalla ideológico, el entendimiento mutuo da paso a la confusión y la desconfianza.

 

El cambio lingüístico genuino no puede imponerse desde arriba. Debe surgir de forma natural, a medida que las personas adoptan gradualmente nuevos significados a través de la experiencia vivida y la comprensión compartida—y no por decreto de un tribunal, un político o un activista.

 

Al priorizar la precisión lingüística y permitir que el lenguaje evolucione de manera orgánica, se abre espacio para un diálogo auténtico, se fomenta el respeto mutuo y se evitan conflictos innecesarios que, en su esencia, suelen ser más lingüísticos que morales.

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